Iván M. Prado Rodríguez
La Esquimia.
En invierno, es importante contar en el jardín con plantas que le aporten color, estructura y carácter. El cultivo de este tipo plantas puede transformar un jardín triste y poco atrayente en un bello refugio invernal donde pasar un ratito del día que nos llene de energía y motivación.
Es por esto que hoy hablaremos de la esquimia (Skimmia japonica), un pequeño y elegante arbusto de suelos ácidos, perfecto para cultivar tanto en maceta como en el jardín, que nos asombrará con su más que probada resistencia y con su belleza en esta época del año. Bien ubicada, la esquimia se convertirá en un punto de atención en invierno, cuando sus numerosos botones florales, dispuestos en panículas por encima de las hojas, decoran con su elegancia y color nuestro jardín.
La esquimia es un arbusto perenne originario del Sureste de Asia que pertenece a la familia de las Rutaceas. Su nombre ‘Skimmia’ es una latinización del que se le otorga en Japón, en donde se la conoce como ‘miyama-shikimi’, que viene a siginificar ‘monte de frutos tóxicos’.
Planta de porte pequeño, redondeado, y bien ramificado desde la base. Bien cultivada puede alcanzar un tamaño de entorno al metro o metro y medio de envergadura, tanto a lo alto como a lo ancho. Las hojas son simples, rígidas, lanceoladas y de color verde oscuro por el haz y de un verde más amarillento por el envés. El cultivar ‘Rubella’, adquiere una coloración rojiza en los márgenes, con la llegada del frío.
Al igual que el acebo, la esquimia también es un planta dioica. Es decir, existen tanto ejemplares machos como ejemplares hembras. Estos últimos pueden llegar a desarrollar pequeñas bayas rojas, pero para poder conseguirlas es necesaria la presencia de una planta masculina en las proximidades, ya que si la fecundación no tiene lugar el fruto no se puede desarrollar. Las flores de los ejemplares masculinos aparecen en invierno, dispuestas en panículas de pequeños botones rojos muy decorativos que en primavera dan paso a pequeñas flores estrelladas de color blanquecino y ligera fragancia. Las flores en los ejemplares femeninos, son más pequeñas y menos fragantes. En otoño aparecen las bayas rojas, y pueden durar en las planta varios meses, de ahí que sean tan decorativas. No obstante, es muy importante mencionar que para los humanos son muy venenosas, como bien dice el nombre de la planta en Japonés, por lo que debemos tener mucho cuidado con los niños y las mascotas, ya que con ese color tan atractivo se pueden sentir atraídos por ellas e intoxicarse.
El cultivo de esta bella planta en nuestro jardín o terraza será sin duda un acierto. Los cuidados que requiere no son muy complicados. Resiste bien los invierno más duros, pero no soporta muy bien el sol intenso. Esto la hace perfecta para decorar un porche, o situarla en un macizo debajo de árboles de sombra, donde alegrará en invierno y estará protegida en las épocas de mayor calor. Otra ubicación perfecta es situarla en un macizo con otras plantas de suelo ácido, como son las azaleas, las camelias, los boj o los rododendros, entre otras muchas. En donde con el paso de los meses, todas las plantas irán aportando color e interés de manera escalonada.
A la hora de plantarla, escogeremos una zona a semisombra, con suelos frescos y bien drenados. No tolera bien la sequía, por lo que los aportes de agua debe ser abundantes en verano y algo más moderados durante el resto del año. Se recomienda realizar aportes de abono orgánico y tierra específica para plantas de suelo ácido en la época justo antes de la floración. En los meses de más calor, es conveniente realizarle un acolchado para que se conserve mejor la humedad presente en el terreno.
La poda se realizará en invierno, una vez que las flores y los frutos hayan caído. Esta se efectuará de forma muy moderada, pues produce las flores en la punta de las ramas, y no querremos que se quede sin ellas en primavera.
Su multiplicación se realiza en primavera por semillas ó por esquejes leñosos al final de la floración.