Iván M. Prado Rodríguez
El Oidio.
En el artículo de hoy vamos a hablar de una enfermedad de las plantas muy común en nuestros jardines y plantas de interior. El Oidio, un hongo parásito de la familia de las erisifáceas que dificulta la fotosíntesis de las plantas, reduce su crecimiento y las debilita.
Como todos los hongos, la propagación de esta enfermedad se ve favorecida por un ambiente muy húmedo, temperaturas suaves y lluvias prolongadas. Normalmente desaparece en verano, siempre y cuando el tiempo sea caluroso y pase de los 30 ºC, aunque suele reaparecer en otoño. Sus esporas se diseminan por el viento, lo que hace más fácil el contagio de una planta a otra.
El Oidio es una enfermedad que se diagnostica con facilidad. Se manifiesta por síntomas muy característicos, como es el desarrollo de una capa algodonosa, de color blanco grisáceo, que cubre las hojas, tallos, flores y frutos de las plantas. Las hojas y los tallos que han sido fuertemente atacados se van volviendo amarillos hasta que finalmente secan. Los frutos se cubren de manchas blancas y redondeadas, y dejan de ser comestibles.
Casi todas las plantas pueden verse atacadas por esta enfermedad si se dan las condiciones favorables, sobre todo si están en zonas sombrías. Entre las especies más afectadas nos encontramos: los rosales, los evónimos, los geranios, las dalias, los Phlox, los robles, el árbol de Júpiter, los plátanos de sombra y las violetas africanas, entre otras. En los frutales, el melocotonero, el ciruelo, la vid y el cerezo, suelen ser lo más afectados por esta enfermedad. El ataque de esta enfermedad puede llegar a ser muy grave dependiendo de la zona en la que se localicen las plantas aunque una ubicación soleada puede ser suficiente para disminuir sus efectos.
El Oidio es un hongo que se desarrolla sobre la superficie de las hojas, es decir, no penetra en su interior, y por lo tanto, se puede atacar con fungicidas de forma curativa, una vez que ha afectado a nuestras plantas. No obstante, lo más recomendable es prevenir su aparición.
Una buena forma de control contra esta enfermedad es aumentar la distancia entre plantas, de forma que mejoraremos la circulación del aire. Así mismo, eliminaremos las malas hierbas que estén cerca de nuestras plantas, ya que muchas de ellas son muy susceptibles a padecerla pudiendo contagiarlas.
Si la enfermedad ya está instalada en nuestro jardín, eliminaremos las hojas y las partes infectadas para evitar contagios, y si las plantas están totalmente infestadas las eliminaremos. En sitios cerrados, como terrazas acristaladas, invernaderos, o mini invernaderos, facilitaremos la ventilación, a fin de evitar su aparición.
A modo de prevención, se realizarán aplicaciones con fungicidas de contacto en las épocas más susceptibles de su aparición. Si la enfermedad ya está en nuestras plantas los tratamientos se harán con fungicidas sistémicos.
Entre los remedios biológicos para luchar contra esta enfermedad se encuentra el Caldo bordelés. Este es una solución de sulfato de cobre y cal en agua, efectiva contra todas las formas de hongos. Se puede aplicar tanto de forma preventiva o cuando hayan aparecido los primeros síntomas de la enfermedad.