Iván M. Prado Rodríguez
Huertos y jardines comunitarios.
Los huertos y jardines comunitarios en las ciudades constituyen una red social de barrio que proporciona una mayor vida para sus usuarios, además de una mejora ambiental a nivel local. En origen, los espacios utilizados para crear huertos y jardines comunitarios no suelen tener una actividad determinada, y suelen presentar un estado de abandono bastante avanzado. Su utilización por parte de la comunidad adyacente ayuda a mejorar la sostenibilidad de las ciudades, tano a nivel ambiental como social.
Aunque a priori puede parecer un movimiento reciente y novedoso, no lo es tanto. Este tipo de espacios empezaron a reclamarse y ponerse en funcionamiento en las ciudades europeas a finales del S.XVIII inicios del S.XIX. Inicialmente, los huertos y jardines urbanos ayudaban a mitigar ligeramente las condiciones de hacinamiento y pobreza causadas por el rápido aumento de población en las ciudades que acompañó a los procesos de industrialización. Los gobiernos, la iglesia e incluso los dueños de las grandes fábricas cedían terrenos en desuso para su cultivo, constituyendo lo que inicialmente se llamarían huertos para pobres. Esta zonas de cultivo comunitario no sólo ayudaban a complementar los ingresos de los operarios, sino que mejoraban su alimentación y moral, lo cual revertía favorablemente en su salud y por consiguiente en su trabajo en las fábricas.
En la primera mitad del S.XX, las dos Guerras Mundiales obligaron a los gobiernos a conseguir el autoabastecimiento de las ciudades, fomentando el cultivo de frutas y verduras, y la cría de animales de granja, para poder disponer de comida fresca. Se aprovechaba todo el terreno disponible para cultivar, desde jardines particulares hasta campos de deportes y parques públicos. Las importaciones de alimentos frescos para el pueblo por medio del transporte no podían asegurarse, pues en esa época, priorizaban el envío de munición, armas y alimentos para el ejército.
Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, las ciudades europeas iniciaron una reconstrucción que no dejaba espacio para actividades productivas de este tipo. Se retomó el modelo del transporte a larga distancia de los alimentos, algo que en nuestro días ya está más que estandarizado.
En los años setenta, la idea de jardines y huertos comunitarios volvió a tomar fuerza como herramienta de apoyo a la comunidad. La crisis de la energía y la recesión económica se dejaron sentir con fuerza en los barrios más pobres de las ciudades occidentales, y fue en estos años cuando nació en Nueva York lo que ahora se conoce como ‘Green Guerrilla‘. Este movimiento intenta ligar las ideas de jardinería comunitaria con la autogestión, el desarrollo local, la integración social y la educación ambiental. Sus orígenes empezaron en plena crisis económica, cuando en el centro de la ciudad se empezaban a producir procesos de degradación y abandono de espacios públicos residenciales. Estos activistas empezaron ocupando y cultivando un terreno en desuso. Inicialmente fueron desalojados de este terreno, pero finalmente la presión popular consiguió que el ayuntamiento negociara con ellos, y les alquilase otro lugar para la creación de un jardín comunitario. En la actualidad, no sólo siguen manteniendo este jardín, sino que existen unos 700 jardines comunitarios en los diferentes distritos de la ciudad de ciudad de Nueva York.
Actualmente muchos jardines y huertos comunitarios son principalmente zonas de ocio, aunque en los países con una elevada situación de desigualdad social y escasez de alimentos, la función de los huertos es principalmente la de integración social y de desarrollo local.
Aparte de los valores recreativos y comunitarios que este tipo de espacios ofrecen, la idea de reverdecimiento urbano empieza a coger fuerza en las ciudades. La población quiere insertar la naturaleza en la ciudad mediante corredores ecológicos y otro tipo de elementos que influyan positivamente en la vida urbana. El cultivo de hortalizas y plantas culinarias, así como el cuidado de zonas de ocio de forma comunitaria es una buena forma de iniciar a los niños en el cuidado de la tierra y en el de su importancia. Esta tarea entretenida y productiva no sólo refuerza la salud y el bienestar, sino que además asegura productos de garantía.