El color del otoño
Iván M. Prado Rodríguez
La belleza del otoño radica en el contraste de colores que nos aporta la despedida de las hojas. Los amarillos, naranjas, rojos y marrones llenan en esta época nuestros campos y jardines, y lentamente el suelo se va cubriendo de una espesa y colorida alfombra de hojas. Pero, ¿Cuál es la explicación de estos procesos?
La naturaleza es sabia y rara vez hace algo poco lógico. Las hojas son los centros de producción de la energía de las plantas. Éstas, a través del agua que reciben de las raíces, el dióxido de carbono del aire y la luz que toman del sol, fabrican glucosa. Este proceso se denomina fotosíntesis, que significa: unir con la luz, y que es vital para su supervivencia. La glucosa es el azúcar que las plantas usan para alimentarse, producir energía y el elemento constructor de estructuras.
La fotosíntesis ocurre gracias a una molécula denominada clorofila. La clorofila es verde, lo que da como resultado que el color de las partes de la planta donde se encuentre sea verde. Los animales, no podemos realizar la fotosíntesis, por lo que debemos alimentarnos de plantas u otros animales que las hayan comido para obtener los distintos azúcares, y con ello nuestra fuente principal de energía.
En otoño, el acortamiento de los días se hace más patente, lo que trae consigo una disminución de la intensidad de la luz y un aumento del frío. Estas señales tan claras para nosotros de que el invierno va a hacer su entrada en pocos meses, también lo son para las plantas, por lo que al igual que nosotros también se preparan para esa época.
En invierno, al reducirse la luz solar, las plantas caducifolias dejan de realizar la fotosíntesis por lo que llega para ellas su época de descanso, de forma que pasan todo el invierno con las sustancias de reserva que almacenaron durante el verano. Debido a esto la clorofila de las hojas desaparece y con ella el color verde de las plantas. Los nuevos colores que aparecen en estas estructuras son el resultado de los distintos cambios que ocurren en otoño.
Bajo el color de la clorofila se esconden otras sustancias de interesantes colores, que han esperado todo el verano para hacerse visibles. Los amarillos y los naranjas que se van lentamente mezclando con el verde, hasta extenderse por toda la hoja, provienen de las xantolinas y carotenos, sustancias que también participan en la fotosíntesis absorbiendo la luz que la clorofila no puede absorber y que a mayores le confieren una función protectora antioxidante.
En algunos árboles como los liquidámbar, la glucosa queda atrapada en las hojas cuando la fotosíntesis se detiene. La luz de sol y el frío de la noche provocan que esta glucosa se vuelva roja (antocianinas), lo que da como resultado esa llamativa coloración otoñal. El marrón que aparecen en los carballos o robles americanos, es el resultado de la acumulación de productos de desecho (taninos) en las hojas.
Las coloraciones más intensas del otoño, aparecen cuando el final del verano es seco y los días de otoño son soleados y las noches frescas (por debajo de los 5 ºC), lo que da lugar a una producción mayor de antocianinas. Un otoño con días nublados y noches poco cálidas dará lugar a colores apagados. Una helada precoz suele provocar el fin del espectáculo otoñal y el principio de la época del frío.
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