Posiblemente no hay nada tan exótico como una palmera en un jardín del norte peninsular. Su porte, alto y esbelto, junto con su elegancia natural, aportan a los jardines fuerza, carácter y personalidad. Carl Nilsson Linnaeus las consideraba los príncipes del reino vegetal, y raro es ver una ciudad que no las tenga presentes en ninguno de sus jardines públicos.
Fáciles de cultivar, existen ejemplares para todos los gustos y climas, aptas tanto para el exterior como el interior de nuestros hogares. Si quieres tener una palmera en tu vida sólo has de elegir la especie que mejor se adapta a la ubicación prevista. Esto, que parece tan fundamental, es un aspecto de gran importancia ya que elegir la especie correcta y consultar la altura que puede llegar a alcanzar nos puede librar en el futuro de más de una sorpresa desagradable. Las palmeras son plantas monocotiledóneas leñosas, pertenecientes a la familia de las Arecaceae. Constituyen un grupo de más de 2.500 especies diferentes, fácilmente reconocible por su apariencia, aunque muchas veces solemos incluir dentro de este grupo a otras plantas no emparentadas pero de aspecto muy similar, como es el caso de las Cycas y las falsas palmeras.
Entre las características que las hacen inconfundibles, a poco que nos fijemos, está su falso tronco columnar, denominado estipe, casi siempre carente de ramificaciones y recubierto desde la base por los peciolos de las hojas. Las palmeras sólo presentan una única yema de crecimiento situada en el centro de la estipe, a partir de la cual emerge el penacho de hojas que constituyen la copa, que alberga a su vez las flores y los frutos. Las hojas de las palmeras se desarrollan anualmente, superponiéndose en pisos y se marchitan y caen al final de su ciclo de vida. Los restos de los peciolos se quedan en el tronco durante años, hasta que finalmente se desprenden y dejan una cicatriz anular muy visible y llamativa.
Las palmeras se pueden clasificar en dos grupos dependiendo del tipo de hoja: en el primero las hojas son plumosas, es decir son hojas pinnadas dispuestas sobre una nervadura central que dan lugar a una copa recogida y globosa. Este sería el caso de las especies del género Phoenix; en el segundo las hojas son similares a abanicos, en donde los foliolos que constituyen la hoja parten de un punto central, como los dedos de una mano. Este tipo de hojas hace que estas palmeras presenten una copa más amplia y flexible y algo péndula. Un representante de este tipo de palmeras sería la Washingtonia.
A pesar de que son originarias de zonas tropicales, las palmeras tienen algún representante que crece espontáneamente en Europa como es el caso del palmito (Chamaerops humillis). Las palmeras, dependiendo de las especies, sobreviven en desiertos (Phoenix spp.), bosques tropicales y manglares (Nyna fruticans), y desde el nivel del mar (Cocos nucifera) hasta altitudes muy elevadas.
En jardinería es fácil verlas en alineaciones acompañando a un camino cercano al mar, o bien realzando la fachada de algún edificio o remarcando los límites de un jardín. Las plantaciones en grupos suelen ser más habituales en los grandes jardines o plazas con bastante espacio. Los grandes ejemplares aislados son muy útiles para formar un punto de gran interés, otorgándole originalidad al lugar donde hayan sido plantadas.
En los jardines pequeños, las palmeras son especialmente prácticas, ya que al tener una estructura que sólo crece en altura, no ocupan mucho sitio y aportan algo de sombra. Su cultivo también es apto para macetas y jardineras, tanto en interior donde darán un toque de elegancia y frescor, como en las terrazas y porches donde le darán un toque exótico.
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