Iván M. Prado Rodríguez
El jardín Mediterráneo
Llamamos clima mediterráneo a aquel que se caracteriza por inviernos ligeramente fríos y con precipitaciones, y veranos calurosos y moderadamente secos. El nombre hace referencia, obviamente, a las regiones situadas alrededor del mar Mediterráneo, pero existen otras regiones del mundo con características climáticas similares, por lo que también las denominas de clima mediterráneos. De hecho, el interior y en especial las áreas más meridionales de Galicia (por ejemplo, buena parte de la provincia de Ourense) tienen un clima que presenta acusados rasgos de mediterraneidad.
Todas las plantas necesitan, para su desarrollo, un mínimo de calor y de agua. Dadas las condiciones del clima mediterráneo esto sólo sucede en un período relativamente corto del año. En invierno hace demasiado frío para que la mayor parte de las plantas puedan desarrollarse, pero en verano habitualmente no hay humedad suficiente. Las plantas adaptadas a este clima deben aprovechar los pocos meses en que el calor y el agua están disponibles. Por esta razón, se trata normalmente de plantas de hoja perenne, pues si tuvieran que desarrollar sus hojas en primavera perderían semanas preciosas para desarrollarse. Además, como los veranos pueden llegar a ser muy secos, sus hojas deben ser coriáceas y que les permitan resistir períodos de sequía.
En general, los jardines mediterráneos suelen presentar una apariencia más austera y adusta, especialmente en comparación con los jardines con clima oceánico. La menor disponibilidad de agua y el carácter resistente de las plantas que lo conforman contribuyen a este aspecto menos exuberante. Por ejemplo, las áreas de césped “grandes demandantes de agua de riego” son prácticamente inexistentes o reducen su presencia a lugares muy específicos dentro del jardín. Por ello, los diferentes tipos de pavimento (piedra, gravilla, tierra, suelos cerámicos,…) tienen una mayor presencia y relevancia dentro del diseño.
Otros elementos utilizados en este estilo son muros, setos y pérgolas. Además de ofrecer protección contra el sol o el viento, se pueden utilizar para crear espacios dentro del jardín y separarlo de su entorno inmediato. De este modo conseguimos dar forma al jardín y hacerlo más interesante, esconder algunas de sus partes, darle un aire de misterio e invitar a la exploración. Conseguimos también crear microclimas gracias a la sombra que aquellos elementos proyectan y por la protección que brindan contra el viento.
El agua, aunque escasa, puede ser también muy utilizada, incluso en los espacios más reducidos. No sólo conseguiremos reducir ligeramente la temperatura, sino que el murmullo del agua corriendo puede contribuir a reducir la sensación de calor y sugerir un ambiente más plácido y relajante. El uso de sistemas de recirculación, por supuesto, puede ayudarnos a reducir el consumo final de este preciado elemento. También diferentes aspectos de diseño pueden ser útiles para reducir el consumo final manteniendo el mismo efecto final, como por ejemplo el uso de cursos de agua de pequeño tamaño pero con saltos de nivel sucesivos, su situación en zonas de sombra, y el uso de fuentes y chorros de pequeño caudal.
Cuando las condiciones climáticas lo hacen recomendable, este planteamiento arquitectónico puede darnos sus compensaciones. Las áreas blandas del jardín, como los arriates de flor y el césped, ocuparán una zona reducida, y tendremos por lo tanto menores necesidades de mantenimiento. Hay que tener presente que aunque la instalación de pavimentos, la plantación de setos o la construcción de terrazas puedan incrementar los costes de implantación, los jardines de este tipo suelen resultar económicos a largo plazo.
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