Iván M. Prado Rodríguez
La lepra de los frutales de hueso.
Los largos períodos de lluvias, el tiempo húmedo y el frío (temperaturas inferiores a 15 ºC), crean las condiciones perfectas para los ataques de “la lepra o abolladura de las hojas de los frutales de hueso”, una enfermedad que ataca principalmente a los melocotoneros, paraguayos, peladillos y albaricoques.
La lepra es una enfermedad provocada por el hongo Taphrina deformans, que se desarrolla bajo la piel de las hojas. De vez en cuando, el micelio del hongo aflora sobre la superficie de la hoja, desde donde produce esporas por medio de las cuales se disemina. Las esporas permanecen latentes durante todo el invierno en la corteza de los árboles o en el mantillo superficial del suelo hasta la primavera siguiente, cuando las condiciones climáticas vuelven a ser favorables. Es en ese momento cuando germinan de nuevo y vuelven a producir un ataque de lepra.
La infección suele ocurrir cuando las yemas empiezan a brotar. Los síntomas de la infección pueden detectarse sobre cualquiera de las partes verdes de la planta, incluido el fruto. De todos modos, es en las hojas donde los síntomas se observan con mayor facilidad. Las hojas afectadas muestran partes deformadas, engrosadas, con abolladuras quebradizas que las hacen retorcerse y formar bolsas. Estas abolladuras son al inicio de un color verde amarillento que con el paso de los días se torna rojizo. Algunas veces, si nos fijamos con detalle, podemos observar en el envés de las hojas el micelio del hongo (una pelusilla blanca-grisácea). Las hojas afectadas por esta enfermedad acaban secándose por completo y finalmente caen al suelo.
La lepra se controla muy fácilmente de manera preventiva. Sin embargo, cuando vemos los síntomas ya suele ser demasiado tarde para tratar las plantas afectadas. El tratamiento de las hojas dañadas es inútil. Los momentos clave de aplicación para el control de la lepra son el otoño, justo después de caer las hojas, y en la primavera siguiente, cuando las yemas comienzan a hincharse. En esta época es recomendable un segundo tratamiento, transcurridos 4 o 7 días del primero, si las condiciones climáticas continúan siendo desfavorables.
Existen distintas opciones que se pueden utilizar como tratamiento preventivo, entre las que destacan: Tratamientos con caldo bordelés a la caída otoñal de las hojas y en primavera, desde el inicio de la brotación o tras la floración, aplicando dos o tres tratamientos a intervalos de 10-15 días y repitiendo el tratamiento en caso de lluvias o riego; una decocción de cola de caballo (100 gr/l de agua) al 20 %, aplicada en tres pulverizaciones en intervalos de una semana; o un tratamiento de invierno (durante todo el periodo de reposo vegetativo) con oxicloruro de cobre.
Determinadas especies de plantas, situadas a los pies de los árboles que queremos proteger, pueden también contribuir a prevenir la aparición de la lepra. Entre estas se citan el ajo o la capuchina. Aportar compost y un acolchado, a base de hojas o hierbas en la base de los frutales, también son buenas prácticas que contribuyen a la prevención de esta enfermedad.
Algo que debemos tener en cuenta a la hora de controlar y prevenir esta enfermedad es que el hongo inverna en las hojas caídas del año anterior, así como en los brotes secos que permanecen en las plantas. Por esta razón las podas que se realicen en ellas sirven de limpieza de brotes afectados, pero en el momento de realizarlas es muy importante desinfectar, entre planta y planta, las herramientas que se utilicen. Éstas son una fuente muy importante de transmisión de enfermedades. Posteriormente recogeremos y quemaremos todas las partes atacadas y desecadas que hayamos quitado mediante la poda, haciendo lo mismo con las hojas y los frutos que hayan caído al suelo.
Si nuestras plantas ya han sufrido esta enfermedad con anterioridad lo mejor que podemos recomendar es realizar las operaciones anteriores mientras las condiciones atmosféricas sean favorables al desarrollo de la enfermedad.